El trasplante de riñón es el tratamiento preferido para pacientes con insuficiencia renal terminal y ha experimentado un enorme desarrollo en los últimos 50 años [1]. Los pacientes con insuficiencia renal terminal tienen mejores probabilidades de supervivencia a largo plazo después de un trasplante de riñón en comparación con los pacientes en diálisis [2]. Desde el primer trasplante de riñón exitoso realizado por el Dr. Joseph Murray en 1954, ha habido desarrollos significativos en la trasplantación y la inmunología, que permiten una mayor selección de donantes y receptores adecuados [3].
La cirugía de trasplante siempre implica dos operaciones, la del donante y la del receptor. El número de trasplantes en vida entre personas no emparentadas por lazos de sangre está aumentando [4].
El acceso puede realizarse de forma mínimamente invasiva o, lo que hoy en día es menos frecuente, mediante una operación abierta para el donante vivo. La implantación en el receptor se realiza abierta, colocando el riñón de forma heterotópica en la pelvis y anastomizando los vasos con los vasos ilíacos y el uréter con la vejiga urinaria. Los vasos ilíacos se exponen preferentemente de forma retroperitoneal, aunque también es aceptable una colocación intraperitoneal. La introducción de técnicas laparoscópicas y asistidas por laparoscopia ha demostrado ser una mejora esencial en la cirugía de donantes vivos [5, 6].